martes, 25 de junio de 2013

Un rápido recorrido en el tiempo...

De la vieja capilla de terrón al templo de la Basílica de la Inmaculada Concepción


La parroquia de la Inmaculada Concepción nace a fines de la década de 1870 sobre la costa del río Uruguay, fruto de la iniciativa de un grupo de pobladores encabezados por León Almirón, escuchados por el obispo Sebastián Malvar y Pinto y el virrey Juan José Vertiz.

Un humilde edificio de paja y terrón, será la primera capilla donde hombres y mujeres rogarán por sus cosechas, por sus animales, por sus familias y en donde el fraile Pedro de Goytía, celebrará las primeras misas en estos pagos, invocando la intercesión de la Purísima Concepción. La devoción de los lugareños a la Madre del Redentor, inspirará el nombre del pueblo que en 1783, funda el Capitán Tomas de Rocamora, “En cuanto al nombre de este pueblo, puedo asegurar a Vuestra Excelencia que en su iglesia solo se ve, en calidad de patrona a la Purísima Concepción” Habíase empeñado también aquí su cura porque fuese San Sebastián, en honor del Obispo. Concluía, empero, Rocamora: “Por dignidad (a) la Reina de los Santos. Con el nombre de la Concepción del Uruguay se titularía gloriosamente la población y su distrito”.

La primitiva “Capilla de Almirón”, será reemplazada en los últimos años del siglo XVIII, por uno nuevo. Documentos de la época hablan de una iglesia más sólida en su estructura y más rica en su decoración. Erigido en el solar que Rocamora le reservara, se levanta una “capilla de ocho tirantes, sus paredes de ladrillo y techo de paja con cuatro juntas incluidas la mayor (…) dos campanas que están colocadas en campanario figurado con cuatro pilares sin labrar, con una cruz de fierro labrada como de dos varas de largo colocado en dicho campanario”. En este lugar recibirán las aguas bautismales los mayores próceres entrerrianos, Francisco Ramírez y Justo José de Urquiza, y bajo sus cimientos reposará eternamente el cuerpo de Thadea Jordán, madre del Supremo Entrerriano. Aquí también rezará misas el obispo de Buenos Aires Benito Lué y Riega. La Noche de Ánimas de 2 de noviembre de 1849, este templo será consumido por las llamas. Por diez años la vida sacramental se trasladará al Colegio del Uruguay.


En 1854, el primer sacerdote nacido en esta ciudad, Don Gregorio Céspedes y Calvento, cura de la parroquia desde 1853 solicitará al General Urquiza ayuda para levantar una nueva iglesia. El Presidente de la Confederación Argentina responderá con beneplácito a la solicitud. La muerte imprevista del sacerdote, detendrá el proyecto. Con el Pbro. Domingo Ereño, hacia 1856, tomará nuevo impulso, involucrándose activamente el Organizador de la Nación. En febrero de 1857, se aprueban los planos y presupuestos presentados por el arquitecto Pedro Fossati.

Son veinte, los artículos que contiene el contrato, allí se contempla el origen y calidad de materiales a utilizar: piedra y ladrillos del país, arena blanca del Uruguay y del Arroyo de la China, madera de cedro del Paraguay para las puertas, mármol de Carrara para los escalones del atrio y el Presbiterio, cal de Génova para el blanqueo interior y exterior, etc. El plazo de obra será de   “dieciocho meses”, con un costo de “ciento cincuenta y seis mil pesos fuertes”. Dinero que surgirá de las ganancias de las Estancias del Estado.

El 27 de abril de 1957 comenzaron los cimientos y para el 27 de mayo se habían levantado, casi todos, al nivel del piso de la iglesia. Los trabajos se efectuaron con rapidez. En octubre las paredes principales llegaban a los diez metros. El 6 de junio de l858  se verá flamear la bandera nacional sobre la cúpula ya terminada.

Urquiza hizo construir de su peculio el altar mayor dedicado a sus padres Josef Urquiza y Cándida García. En ambos extremos del crucero, a la derecha otro en memoria de Cipriano José de Urquiza García y a la izquierda un tercer altar en recuerdo Juan José de Urquiza y García. Ambos hermanos del general entrerriano y fallecidos en 1844 y 1855 respectivamente.

En la  mañana del 25 de marzo de 1859, las puertas del nuevo templo de la Inmaculada Concepción se abren por primera vez a los fieles de Concepción del Uruguay. Ante la presencia de J. J. de Urquiza y su familia, de ministros de Estado, de funcionarios judiciales y del Vicario Apostólico Paranense Dr. Miguel Vidal, el Delegado Papal Mons. Marini, bendijo el edificio. Una construcción magnífica se levantaba imponente en medio de una ciudad, aún con fuertes características aldeanas.

En las últimas décadas del siglo XIX, por iniciativa de Dolores Costa de Urquiza, se agrega “in memorian” de su esposo asesinado, el conjunto de pinturas de la Sagrada Familia, Nuestra Señora de los Dolores, San José y Cristo Resucitado. Todas firmadas por Reynaldo Guidicce, artista que habría transitado en su juventud el taller montevideano de Juan Manuel Blanes.

En los años finiseculares, el guardado neoclasicismo que invadía el diseño original se perdió en una policromía de retablos plagados de imágenes, crucifijos, candelabros, jarrones, según puede leerse en los distintos inventarios y placas recordatorias. Entre 1901 y 1902, el pincel de Italo Puccioli, desplegará toda su imaginación para dar vida a una profusa decoración que dominó la cúpula, ábsides, techos, columnas y todo espacio interior disponible.

Entre 1920 y 1930 se agregará el frontispicio superior y las torres de los campanarios, cambiando definitivamente la fisonomía arquitectónica del Templo Basílica. Hacia la mitad del siglo XX, la humedad invade el edificio y con ella se destruyen las pinturas decorativas. Cerca de 1960, la decoración interior desaparece definitivamente y con ella también todos los altares. Lamentablemente se perdieron los fantásticos pulpitos de madera elevados realizados en cedro del Paraguay. Ellos eran un ejemplo claro de la capacidad creativa de los hábiles carpinteros del siglo XIX.

A fines del siglo XX, la Basílica de la Inmaculada Concepción había recuperado interiormente gran parte de su fisonomía interior original, aunque ya no existían algunos elementos que le otorgaban belleza y magnificencia. Igualmente el templo, sigue siendo un testigo vivo del crecimiento de la ciudad, y del desarrollo de una población que ocupa un lugar importante en la historia de la Nación.

Lic. Adrián O. Bertolyotti 
Consejería de Patrimonio y Archivo