De la
vieja capilla de terrón al templo de la Basílica de la Inmaculada Concepción
La parroquia de la Inmaculada Concepción nace a fines de la década
de 1870 sobre la costa del río Uruguay, fruto de la iniciativa de un grupo de
pobladores encabezados por León Almirón, escuchados por el obispo Sebastián
Malvar y Pinto y el virrey Juan José Vertiz.
Un humilde edificio de paja y terrón, será la primera capilla
donde hombres y mujeres rogarán por sus cosechas, por sus animales, por sus
familias y en donde el fraile Pedro de Goytía, celebrará las primeras misas en
estos pagos, invocando la intercesión de la Purísima Concepción. La devoción de
los lugareños a la Madre del Redentor, inspirará el nombre del pueblo que en
1783, funda el Capitán Tomas de Rocamora, “En
cuanto al nombre de este pueblo, puedo asegurar a Vuestra Excelencia que en su
iglesia solo se ve, en calidad de patrona a la Purísima Concepción” Habíase
empeñado también aquí su cura porque fuese San Sebastián, en honor del Obispo.
Concluía, empero, Rocamora: “Por dignidad (a) la Reina de los Santos. Con el
nombre de la Concepción del Uruguay se titularía gloriosamente la población y
su distrito”.
La primitiva “Capilla de Almirón”, será reemplazada en los últimos
años del siglo XVIII, por uno nuevo. Documentos de la época hablan de una
iglesia más sólida en su estructura y más rica en su decoración. Erigido en el
solar que Rocamora le reservara, se levanta una “capilla de ocho tirantes, sus paredes de ladrillo y techo de paja con
cuatro juntas incluidas la mayor (…) dos campanas que están colocadas en
campanario figurado con cuatro pilares sin labrar, con una cruz de fierro
labrada como de dos varas de largo colocado en dicho campanario”. En este
lugar recibirán las aguas bautismales los mayores próceres entrerrianos,
Francisco Ramírez y Justo José de Urquiza, y bajo sus cimientos reposará
eternamente el cuerpo de Thadea Jordán, madre del Supremo Entrerriano. Aquí
también rezará misas el obispo de Buenos Aires Benito Lué y Riega. La Noche de
Ánimas de 2 de noviembre de 1849, este templo será consumido por las llamas.
Por diez años la vida sacramental se trasladará al Colegio del Uruguay.
En
1854, el primer sacerdote nacido en esta ciudad, Don Gregorio
Céspedes y Calvento, cura de la parroquia desde 1853 solicitará al General
Urquiza ayuda para levantar una nueva iglesia. El Presidente de la
Confederación Argentina responderá con beneplácito a la solicitud. La muerte
imprevista del sacerdote, detendrá el proyecto. Con el Pbro. Domingo Ereño,
hacia 1856, tomará nuevo impulso, involucrándose activamente el Organizador de
la Nación. En febrero de 1857, se aprueban los planos y presupuestos
presentados por el arquitecto Pedro Fossati.
Son veinte, los artículos que contiene el contrato, allí se
contempla el origen y calidad de materiales a utilizar: piedra y ladrillos del
país, arena blanca del Uruguay y del Arroyo de la China, madera de cedro del
Paraguay para las puertas, mármol de Carrara para los escalones del atrio y el
Presbiterio, cal de Génova para el blanqueo interior y exterior, etc. El plazo
de obra será de “dieciocho meses”, con un costo de “ciento cincuenta y seis mil pesos fuertes”. Dinero que surgirá de
las ganancias de las Estancias del Estado.
El 27 de abril de 1957 comenzaron los cimientos y para el 27 de
mayo se habían levantado, casi todos, al nivel del piso de la iglesia. Los
trabajos se efectuaron con rapidez. En octubre las paredes principales llegaban
a los diez metros. El 6 de junio de l858
se verá flamear la bandera nacional sobre la cúpula ya terminada.
Urquiza hizo construir de su peculio el altar mayor dedicado a sus
padres Josef Urquiza y Cándida García. En ambos extremos del crucero, a la
derecha otro en memoria de Cipriano José de Urquiza García y a la izquierda un
tercer altar en recuerdo Juan José de Urquiza y García. Ambos hermanos del
general entrerriano y fallecidos en 1844 y 1855 respectivamente.
En la mañana del 25 de marzo de 1859, las puertas
del nuevo templo de la Inmaculada Concepción se abren por primera vez a los
fieles de Concepción del Uruguay. Ante la presencia de J. J. de Urquiza y su
familia, de ministros de Estado, de funcionarios judiciales y del Vicario
Apostólico Paranense Dr. Miguel Vidal, el Delegado Papal Mons. Marini, bendijo
el edificio. Una construcción magnífica se levantaba imponente en medio de una
ciudad, aún con fuertes características aldeanas.
En las últimas décadas del
siglo XIX, por iniciativa de Dolores Costa de Urquiza,
se agrega “in memorian” de su esposo asesinado, el conjunto de pinturas de la
Sagrada Familia, Nuestra Señora de los Dolores, San José y Cristo Resucitado.
Todas firmadas por Reynaldo Guidicce, artista que habría transitado en su
juventud el taller montevideano de Juan Manuel Blanes.
En los años finiseculares, el
guardado neoclasicismo que invadía el diseño original se perdió en una
policromía de retablos plagados de imágenes, crucifijos, candelabros, jarrones,
según puede leerse en los distintos inventarios y placas recordatorias. Entre
1901 y 1902, el pincel de Italo Puccioli, desplegará toda su imaginación para
dar vida a una profusa decoración que dominó la cúpula, ábsides, techos,
columnas y todo espacio interior disponible.
Entre 1920 y 1930 se agregará el frontispicio superior y las
torres de los campanarios, cambiando definitivamente la fisonomía
arquitectónica del Templo Basílica. Hacia la mitad del siglo XX, la humedad
invade el edificio y con ella se destruyen las pinturas decorativas. Cerca de
1960, la decoración interior desaparece definitivamente y con ella también todos
los altares. Lamentablemente se perdieron los fantásticos pulpitos de madera elevados realizados en cedro del Paraguay. Ellos
eran un ejemplo claro de la capacidad creativa de los hábiles carpinteros del
siglo XIX.
A fines del siglo XX, la Basílica de la Inmaculada
Concepción había recuperado interiormente gran parte de su fisonomía interior
original, aunque ya no existían algunos elementos que le otorgaban belleza y magnificencia.
Igualmente el templo, sigue siendo un testigo vivo del crecimiento de la
ciudad, y del desarrollo de una población que ocupa un lugar importante en la
historia de la Nación.
Lic. Adrián O. Bertolyotti
Consejería de Patrimonio y Archivo
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